lunes, 25 de julio de 2011

ANGELICA Y LOS GITANOS

En las afueras del pueblo acamparon unos gitanos, con sus tres carromatos, sus caballos pastaban alrededor y cerca de donde armaron sus fogones con sus ahumadas ollas para cocinar; por entre las viejas cortinas de los carromatos, se veían colchonetas y toda una miscelania de cachibaches. Eran los típicos gitanos de feria, las mujers vestidas con sus faldas largas de abigarrados colores, niños medio vestidos corriendo de aca para allá, hombres mal encarados y todos hablado en su jerga. Todo el cuadro era alucinante, para la gente común del barrio que estaba a cien metros escasos, para los niños del barrio eran atractivos e imponentes les daban curiosidad y al mismo tiempo les temían, las sempiternas habladurías de que los gitanos roban los niños, no los dejaban confiarse y aunque lo deseaban no se acercaban mucho.
Angelica era la niña mas pequeña de la numerosa familia Gomez, mimada y consentida por toda la familia, era cariñosa y tierna con todo el mundo, pero como era muy miedosa siempre que le era posible estaba pegada a su papá, para ella, solo con él estaba a salvo de todo, y él nunca la rechazaba, y aunque no la mimaba en esceso, si procuraba desmitificar las cosas que a ella le daban miedo: le aseguraba que no había brujas, ni demonios, ni infierno; pero olvidó decirle que "los gitanos no robaban niños, ni eran tan malos, que solo eran feriantes, gente nómada."
Un día estando de visita  en casa de los Gomez, Doña Lola, amiga de la familia, le hizo gracia que  la niña estubiera tan pendiente de su padre y por hacerle una broma le dijo:
 - Tus papás no son estos señores, a ti te dejaron olvidada unos gitanos en una noche de invierno y como hacía mucho frío, Pilar te trajo para la casa, y tu crees que son tus papás pero no lo son.
La niña por un instante se vio en la carabana de los gitanos que estaban acampados en el cruce de la carretera, con el horror pintado en su cara le dice a su padre:
 - ¿Eso no es verdad? Yo soy de esta casa, no soy hija de gitanos.
 Por supuesto sus padres trataron de tranquilizarla, la niña no entendía la broma era muy pequeña, y no podía pensar que un adulto digera una mentira.Con la cara muy seria miró a su mamá y luego a su papá.
 - No quiero que me lleven los gitanos, no iré a la carretera a jugar mientras ellos estén allí.
Años más tarde, cuando en las ferias anuales venían, ya eran otra gente, sus carabanas, su campamento tenían otro aspecto, las mujeres vestian con el mismo estilo, pero elegantes, los hombres mayores seguian siendo mal encarados y Angelica seguía teniéndoles miedo. De aquella broma le quedó un "no se que" que le hacía fijarse en los gitanos, buscándoles  algún parecido, como si quisiera certificar una y otra vez de donde era ella, y a veces se preguntaba: ¿Como sería yo si fuera una de ellos?.
Terminó gustándole su música, perdiéndoles el miedo y sabiendo que no hay nada malo en ser diferente.
Angelica a sus 83 años aun le gusta disfrutar de un buen concierto de Flamenco.

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